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Sobre la resistencia al cambio

  • Foto del escritor: Lorena Ayala
    Lorena Ayala
  • 13 nov 2023
  • 5 Min. de lectura

Admiro enormemente a las personas que no sólo no le temen al cambio, sino que les entusiasma y que están en constante transformación. El cambio para mí y muchas otras personas es intimidante.


No obstante, independientemente, de cómo nos sintamos respecto al cambio, este último es inevitable y es una pieza fundamental y necesaria en todos los ámbitos de la vida. Ni siquiera nuestro cuerpo podría mantenerse vivo si no cambiara constantemente; algunas de sus células se renuevan cada pocas horas y otras cada 7 a 10 años. Los cambios de clima, que acompañan las diferentes estaciones del año, son vitales para la sobrevivencia de toda vida que alberga el planeta, entre otras cosas, porque permiten la existencia de una gran variedad de ecosistemas en los que diversas especies de plantas y animales pueden ejecutar sus ciclos de vida.


Ahora bien, los ejemplos anteriores de cambio están enfocados en lo material o en lo físico, es decir, cosas que podemos ver con nuestros ojos físicos o con ayuda de instrumentos como los microscopios (en el caso de las células), pero ¿qué sucedería si, por ejemplo, no cambiáramos cosas más abstractas como nuestras creencias? ¿Podemos imaginar cómo sería nuestra vida si siguiéramos creyendo que la tierra es plana o que algunos humanos son superiores a otros por el color de su piel o su raza? ¿Seríamos capaces de seguir aprendiendo si siempre hiciéramos todo de la misma manera y no nos atreviéramos a probar cosas nuevas?


Entonces, si el cambio es tan necesario e inevitable, ¿por qué algunas personas nos resistimos tanto a él? ¿Por qué, por ejemplo, nos cuesta tanto dejar ese trabajo o profesión que ya no nos hace felices, modificar hábitos que enferman nuestro cuerpo o salir de una relación abusiva? La respuesta es simple, el hecho de que las cosas permanezcan iguales nos da un sentido de seguridad que nos hace sentir a salvo.


En el camino de la espiritualidad se nos dice que aquello que más nos resistimos a hacer muy probablemente sea lo que más necesitamos en nuestras vidas y vaya que en el caso del cambio aplica muy bien este principio. Durante varios años me resistí a hacer un cambio de profesión por diversas razones y todas ellas estaban directamente relacionadas con el ya mencionado sentido de seguridad, pues la pérdida de este viene, generalmente, acompañada de miedo.


Como perfeccionista en recuperación, uno de los temores que normalmente me aqueja en torno al cambio es el miedo al fracaso. Algo que me ha ayudado a no darle entrada a este miedo es recordar que el fracaso es un concepto falso inventado en esta experiencia humana. El fracaso no existe; nos hemos convencido de que es real porque la sociedad frecuentemente pondera nuestro valor en términos de éxitos y fracasos. Sin embargo, a nivel espiritual, el fracaso no existe, sólo existen las experiencias y de todas ellas se aprende y se evoluciona. Y también, a nivel espiritual, el éxito personal se mide en felicidad y no en términos de cosas materiales.


Por otro lado, yo sentía que mi profesión formaba una parte muy importante de mi identidad y no me atraía, en lo absoluto, tener que buscar una nueva identidad. Me di cuenta que, en realidad, los cambios de identidad no tienen que representar ningún esfuerzo ni se tienen que buscar; sólo debemos dejar que sucedan porque, como nos enseña la filosofía del Yoga Real, no tenemos una identidad fija, tenemos una identidad única y esta evoluciona constantemente. Claro que hay unos cambios de identidad más radicales que otros y el mío ha sido bastante radical pero mi cuerpo, muy sabiamente, me dio señales y mensajes muy claros para que me diera cuenta de que mi camino ya no estaba en la traducción. Un ejemplo de estas señales es que sufría de mucho dolor y rigidez que claramente estaban reflejando mi rigidez de pensamiento en torno al cambio de profesión y aunque esta travesía ha sido, por momentos, turbulenta también ha sido gratificante.


Actualmente, me sigue costando trabajo responder a la pregunta de a qué me dedico. A menudo, todavía digo que soy traductora porque esta fue una de mis etiquetas durante mucho tiempo y no he encontrado una nueva que sienta que describa completamente la nueva identidad que estoy abrazando, pero aún sin etiqueta bien definida me siento contenta. A mí me pasó como al niño que se rehúsa a comer algo argumentando que no le gusta y los papás le preguntan: “¿Cómo sabes que no te gusta si no lo has probado?”. Y cuando, finalmente, se atreve a probarlo dice: “¡Qué rico! De lo que me estaba perdiendo”.


Ahora me da risa la resistencia que le tenía al cambio y yo también digo: ¡Caramba!, no tenía idea de lo que me estaba perdiendo. Actividades como la aromaterapia, la meditación, las lecturas intuitivas, las sanaciones energéticas y, más recientemente, la comunicación con animales me han traído una gran satisfacción personal y han puesto en mi camino a personas bellísimas.


Entonces, ¿cómo podemos dejar de resistirnos al cambio? Podemos empezar por preguntarnos a qué le tenemos miedo, porque como ya mencioné, generalmente hay un miedo por ahí que se manifiesta como resistencia. Una vez identificado es aconsejable trabajarlo con las herramientas que tengamos a nuestra disposición; a mí me gusta mucho usar la técnica de liberación emocional porque es muy rápida y efectiva.


Mi última recomendación hace eco de algo muy sonado entre maestros en expansión de conciencia y espiritualidad y que también es la base de la comunicación con animales: “Vivamos menos en nuestra cabeza y más en nuestro corazón”. La mente hace maravillas por nosotros pero también nos dice muchas mentiras y automatiza infinidad de procesos provocando que, muchas veces, actuemos de maneras que sabotean nuestros propósitos sin que seamos conscientes de ello; en cambio, el corazón no nos miente y siempre sabe el camino.


¿Cómo podemos vivir más desde nuestro corazón? Meditar es una excelente forma de comenzar a ejercitar callar la mente para poder pasar más tiempo con nuestro corazón. Cuando todavía no tenemos una práctica de meditación, hay un par de cosas muy simples que podemos hacer. Todos los días podemos abrazar a una persona a la que amemos profundamente o a nuestra mascota durante un mínimo de 20 segundos; esto nos ayudará a producir oxitocina, también conocida como la hormona del amor, la cual nos hará sentir relajados y a salvo. Si lo preferimos, podemos cerrar los ojos y colocar ambas manos sobre nuestro corazón durante ese mismo tiempo; el efecto será el mismo que con el abrazo, produciremos oxitocina y abriremos nuestro corazón.


Si ninguna de las opciones anteriores nos convence, también podemos comenzar una práctica diaria de agradecimiento. Podemos, por ejemplo, llevar un diario de agradecimiento en el que todas las mañanas, y antes de emprender cualquier actividad, escribamos todo aquello que existe en nuestra vida que nos hace sentir agradecidos. La práctica de la gratitud es una excelente manera de abrir nuestro corazón.


Probablemente algunas de estas opciones nos parezcan demasiado simples o hasta bobas, pero puedo decir, por experiencia propia, que sí funcionan y que si nos damos la oportunidad de aplicar al menos una de ellas durante el tiempo suficiente para que se convierta en un hábito, veremos cambios muy positivos en nuestra vida.


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