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Compañeros animales y espejos de nuestra salud y energía

  • Foto del escritor: Lorena Ayala
    Lorena Ayala
  • 3 oct
  • 3 Min. de lectura

De las sesiones de comunicación intuitiva que he tenido con compañeros animales, he notado, al igual que sus humanos, que suelen manifestar los mismos padecimientos —o muy similares— que nosotros.


Ellos me han compartido que hay varios factores que influyen en que desarrollen enfermedades que, en estado salvaje, no tendrían.


Uno de los principales es el fuerte vínculo que crean con sus humanos. Ese lazo hace que deseen “absorber” energías que reconocen como dañinas para nosotros —estrés, emociones densas, preocupaciones— cuando notan que no las estamos procesando. Según la cantidad que tomen y su capacidad para transformarla o liberarla, pueden llegar a acumularla y enfermarse.


Otro factor importante es la alimentación. Al decidir acompañarnos en este viaje de vida, sus costumbres cambian por completo, incluyendo lo que comen. Aunque haya personas cuidadosas con su dieta, siempre se cuelan alimentos procesados que no cubren todas sus necesidades nutricionales. Esto debilita su sistema inmune y los hace más vulnerables a los elementos nocivos de nuestro entorno.


Estos factores externos son los mismos a los que nosotros estamos expuestos, sobre todo quienes vivimos en grandes ciudades y pasamos muchas horas en interiores. Ellos perciben con mucha más intensidad olores de productos de limpieza, humo de cigarro o vapeadores. Recordemos que su olfato es mucho más sensible, por lo que un aroma desagradable constante puede serles muy estresante.


También sufren con ruidos estridentes o inexplicables para ellos, como la pirotecnia, la lluvia fuerte o el viento golpeando ventanas. Validar su miedo, explicarles el origen del ruido y mostrarles que todo está en orden ayuda a reducir su ansiedad.


La falta de actividad física es otro punto compartido con nosotros. Pasar demasiado tiempo dentro de casa sin moverse afecta su cuerpo, su energía y sus emociones. Al igual que nosotros, necesitan ejercicio para mantener el equilibrio físico y mental.


Algo que me ha sorprendido mucho aprender de ellos es lo perjudicial que puede resultar la falta de luz natural y el exceso de luz artificial. La ciencia ya nos habla de cómo la luz azul de las pantallas altera nuestro ciclo circadiano, pero los animales agregan que la luz artificial en general es un disruptor molecular. No se queda en la superficie: penetra en nuestros campos energéticos y cuerpos físicos, alterando procesos naturales, tal como ocurre con fragancias y productos artificiales que untamos en nuestro cuerpo y que actúan como disruptores hormonales.


La luz natural, en cambio, regula nuestro organismo. Un amanecer o atardecer nos ayuda a equilibrar el ciclo de vigilia y descanso. La artificial, en exceso, manda señales confusas: nos hace sentir hambre cuando no es hora, mantenernos en alerta cuando deberíamos descansar, o estar cansados cuando necesitamos estar enfocados.


Todo esto me ha llevado a comprender que las enfermedades de nuestros compañeros animales son, en realidad, una forma más de ayuda: actúan como espejos que nos muestran los desequilibrios de nuestro propio estilo de vida.


Aunque no siempre podamos evitar pasar muchas horas frente a pantallas o dentro de una oficina, sí podemos hacer pequeños cambios que favorezcan nuestra salud y, en consecuencia, la de ellos:


·         priorizar tiempo al aire libre,

·         mover el cuerpo a diario,

·         optar por alimentos más naturales,

·         preferir la luz del sol a la artificial,

·         y al terminar la jornada, elegir actividades que nos nutran sin pantallas: caminar, leer, meditar, crear, compartir con seres queridos.


Ojalá que, además de la tristeza que sentimos cuando nuestros compañeros enferman, logremos aceptar su invitación: mirar qué hábitos podemos transformar para vivir con mayor bienestar. No se trata de encerrarnos en una burbuja para evitar todo lo artificial, sino de contrarrestar sus efectos con decisiones conscientes.


Hoy puedo elegir salir a caminar en lugar de pasar la tarde frente a una pantalla más grande maratoneando mi serie favorita. Puedo limpiar mi hogar con productos naturales, comer una fruta en vez de comida rápida, o prepararme un té de jengibre, limón y miel en lugar de optar por el antigripal.


Son esas pequeñas elecciones las que, día a día, moldean nuestra salud y la de nuestros amados compañeros animales.


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