Mi cuerpo es mi más cercano compañero animal
- Lorena Ayala

- 30 oct
- 3 Min. de lectura
Recuerdo haber escuchado a Penelope Smith, reconocida comunicadora telepática interespecies, decir en una entrevista que, si queríamos mejorar la comunicación con nuestros compañeros animales, podíamos empezar por conversar con nuestros cuerpos físicos.
Comprendo que nosotros, los humanos, también somos animales. Mis conversaciones con ellos me han enseñado que tenemos muchas similitudes y que, en realidad, la distinción que hacemos entre unos y otros está más ligada a las historias que nos contamos y a las diferencias físicas que percibimos con los ojos.
Una pieza muy importante de mi proceso de sanación ha sido aprender a estar presente en mi cuerpo físico. “¿Estar presente en tu cuerpo? ¿Pues dónde más podrías estar?”, tal vez te preguntes.
Todos tenemos una esencia, eso que nos hace únicos. Algunos le llaman alma, otros energía o divinidad. Y también tenemos una parte física, la más evidente, porque es la que vemos y percibimos con los sentidos.
Dependiendo de factores como las circunstancias que vivamos y de cómo gestionemos nuestras emociones, esa esencia puede desconectarse de nuestro cuerpo por momentos. Es algo cotidiano: a todos nos ha pasado ir manejando o viajando en transporte público y, de pronto, darnos cuenta de que ya llegamos a nuestro destino sin saber ni cómo lo hicimos. A esto también se le conoce como falta de presencia en el aquí y el ahora.
A veces nos vamos al pasado, atrapados en recuerdos o arrepentimientos; otras, al futuro, anticipando lo que puede salir mal. Y, aunque es algo común, algunas personas aprenden a hacerlo con más frecuencia a raíz de un trauma porque resulta más seguro estar en cualquier otro lugar que no sea el presente donde ocurrió el dolor.
Con el tiempo comprendí que, cuando “abandonamos” nuestro cuerpo, él busca llamarnos de regreso a través de síntomas o enfermedades. En mis entrenamientos he aprendido a estar presente con mi cuerpo, a amarlo y no verlo como un inconveniente cuando tiene achaques. Así que, cuando escuché aquella frase de Penelope Smith pensé: “Yo ya tengo una buena relación con mi cuerpo, ya sé escucharlo.”
Y sí, desde hace tiempo cultivo una buena relación con mi cuerpo. Sé reconocer las señales que me da cuando algo necesita mi atención. Sin embargo, no fue sino hasta hace poco que aprendí a conversar conscientemente con él —y creo que a eso se refería Penelope.
Estas conversaciones me han traído muchos beneficios físicos y, además, me han ayudado a mejorar mi comunicación con los demás animales… y con los humanos también.
Sé que el ritmo del día a día nos deja poco espacio para escuchar a nuestro cuerpo. Por eso los invito a hacerlo, aunque sea de vez en cuando. Pregúntenle: ¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Qué puedo hacer por ti hoy para mejorar tu calidad de vida? Estas son preguntas que también hago a nuestros compañeros animales al iniciar las sesiones de comunicación con ellos.
Así como nos sorprende todo lo que nuestros compañeros animales nos comunican, también nos sorprenderá la sabiduría que llevan nuestros cuerpos físicos. No se trata solo de escucharlos, sino también de hablarles con amor. Ellos son entidades vivas que nos permiten experimentar la vida. Agradézcanles por permitirles moverse, por sostenerlos, por permitirles disfrutar cada día.
Verán que, al hacerlo, algo cambia. Igual que cuando conversamos con los animales y los tomamos en cuenta, nuestro cuerpo responde con gratitud y armonía.




Comentarios