Mi viaje hacia la comunicación animal
- Lorena Ayala

- 15 feb 2024
- 7 Min. de lectura
Desde que era niña he sentido una conexión muy fuerte con los animales. Como gran parte de mi vida fui una persona muy tímida, durante mucho tiempo se me hizo mucho más sencillo “socializar” con los animales que con las personas.
Cuando era niña no había más dicha para mí, al llegar a una casa de visita, que darme cuenta de que tenían mascotas adentro de casa con las que podría convivir y entretenerme todo el día.
Cuando tenía diez años, unos familiares me regalaron a “Chiquis”, mi primera perrita. Gracias a esta primera compañera animal de vida me di cuenta de lo muy profundamente que nuestras mascotas llegan a conocernos. Chiquis aprendió a leer mis emociones y cambios de humor de la pubertad y adolescencia, años en los que pasé mucho tiempo en casa sin compañía humana.
Ahora voy a contar un poco de lo que hemos aprendido de nuestras cuatro mascotas: Nina, Chucha, Iris y (la segunda) Chiquis. Hace años, Paco, en ese entonces mi novio y ahora esposo, adoptó a Nina quien nos sorprendió de dos maneras. Por un lado, descubrimos que era capaz de predecir las crisis convulsivas de mi mamá y nos avisaba de ellas con su comportamiento. Por otro lado, nos sorprendió cómo podía entender claramente las instrucciones que le dábamos. Nunca olvidaremos una tarde que veíamos la televisión desde la cama en compañía de Nina cuando Chucha quiso salir al pasillo por agua y estaba con su pata empujando la puerta entreabierta creyendo así poder abrirla; mi esposo le pidió a Nina, quien estaba arriba de la cama con nosotros: “Ábrele la puerta a tu hermana que quiere salir”, al mismo tiempo que le enseñaba con gestos que tenía que jalar la puerta. Después de recibir esa instrucción y sin titubeos, Nina se bajó de la cama de un salto, le abrió la puerta a Chucha y de otro salto regresó a la cama con nosotros.
A Chucha le decimos nuestra “bruja mayor”, pues ella sabe cosas a futuro. Por ejemplo, cuando se acerca la fecha de partida de una persona que nos visita en casa por varios días, Chucha no se le despega y aprovecha cada minuto de su compañía. Además, se pone muy contenta y se relaja cuando vamos a salir de vacaciones todos juntos.
Después de la adopción de Iris, notamos que su proceso de adaptación con nosotros no estaba siendo ni tan sencillo ni tan rápido como el de Nina y Chucha. Iris siempre ha sido la más tímida de la manada y en su personalidad predomina la desconfianza, muy probablemente por el trato que recibió en la calle. Sin embargo, ha aprendido muchas cosas de sus hermanas y, cuando observamos esto, comenzamos a sospechar que entre ellas debía ocurrir algo más que una mera imitación de hábitos.
La llegada de Chiquis nos sorprendió a ambos por varias razones. En primer lugar, unos días antes de que Paco la encontrara en la calle, yo soñé que nos encontrábamos una perrita perdida en la calle a la que llamábamos Chiquis; así es que, cuando apareció en frente de nuestra casa, me sorprendió que mi sueño se hubiera hecho realidad. Mi sorpresa fue aún mayor cuando respondió de inmediato al nombre de Chiquis como si siempre se hubiera llamado así. Cuando adoptamos a Iris pensamos que la tribu ya estaba completa y no teníamos ningún plan de adoptar otra mascota y por ello, buscamos, sin éxito alguno, a los dueños de Chiquis. Después, decidimos ponerla en adopción, pues sentíamos que cuatro mascotas en casa ya era demasiado y no podríamos darles una atención adecuada a todas.
Tuvimos personas interesadas en adoptar a Chiquis, pero, por diversas razones, la adopción no se concretaba. A la par, yo me iba sintiendo cada vez más intranquila con la idea de darla en adopción y, en varias ocasiones, sin ser consciente de lo que realmente estaba sucediendo, le dije a Paco: “Chiquis dice que no se quiere ir, que nosotros somos su familia y que esta es su casa”. Finalmente, Chiquis se quedó con nosotros y ahora, tres años después, comprendo que ella se estaba comunicado conmigo desde antes de llegar con nosotros.
Algo interesante para nosotros, después de que dejamos de ser una familia de cinco y aceptamos que ya éramos una familia de seis, fue darnos cuenta de cómo Nina y Chucha empezaron a delegar tareas, de las que antes ellas se encargaban con mucha diligencia, a las más jóvenes de la manada. Por ejemplo, Chucha dejó de estar al pendiente de ladrarle a repartidores, motos, al camión de la basura, al cartero, etc. Asimismo, cedió su lugar a Chiquis para que acompañara a Paco en sus viajes a visitar a sus papás. Sin embargo, también notamos que cuando Chucha tiene ganas de acompañar a Paco en sus viajes, de alguna manera se lo hace saber a Chiquis y esta última deja de insistir en ir. Nina dejó de encargarse de ser la recepcionista y protectora del hogar cuando alguien nos visita en casa. Antes asumía la tarea de bajar de inmediato en cuanto escuchaba el timbre y decidía si la persona que estaba de visita era de confianza o no; si la conocía, la saludaba y se subía a dormir, de lo contrario, se quedaba abajo supervisando las interacciones, ladrando y animando a sus hermanas a ladrar también. Actualmente es muy raro que baje a recibir visitas.
Varias veces Paco y yo platicamos sobre estas observaciones y comprendimos que debía existir una forma de comunicación entre ellas que les permitía organizarse y decidir, entre otras cosas, cómo se dividirían las tareas y funciones en casa. Después de todo, nos quedaba muy claro, que en ningún grupo puede haber organización sin comunicación.
Cuando, hace aproximadamente un par de años, mis achaques físicos se acentuaron y me vi guiada a emprender un viaje espiritual y hacia mi interior para sanar, aprendí a usar intencionalmente mi intuición y a canalizar energía desde el campo energético universal.
Mientras aprendía cosas fascinantes y me dedicaba a recuperar mi salud, Nina empezó a tener problemas para comer. La revisaron un par de veterinarios quienes nos dijeron que su salud era óptima y que no había ninguna razón aparente por la que estuviera dejando de comer. Yo acababa de escuchar un podcast de una persona dedicada a la comunicación animal quien explicó que nosotros todo el tiempo les comunicamos cosas a nuestras mascotas, principalmente imágenes que es lo que ellos reciben con más facilidad y que, absolutamente todos, podemos recibir información de los animales de forma intuitiva.
Dado que los veterinarios no habían encontrado la causa por la que Nina no quería comer y como aparentemente todo estaba bien físicamente, decidí intentar comunicarme con ella. Una parte fuerte en mí decía que esto de la comunicación animal sonaba demasiado maravilloso y mágico para ser verdad, pero, afortunadamente, para ese entonces ya tenía herramientas que me ayudaron a atenuar esa voz saboteadora del interior. Encontré una clase gratuita en la que, mediante meditación, se guiaba a las personas a comunicarse con sus mascotas y, sin pensarlo, me puse en contacto con Nina. Resulta que el ejercicio fue muy sencillo, pues Nina ya estaba lista para soltar la sopa. En la sesión, no solo recibí información precisa sobre la causa del problema, sino que también sentí una gran satisfacción y el ejercicio fue sanador tanto para Nina como para mí.
Nina no quería comer porque a su edad, 16 años, sus patitas traseras ya no tienen la fuerza de antes y al tener que agacharse para tomar la comida de su plato se le resbalaban sus patas en el piso. Por lo tanto, tenía que hacer mucho esfuerzo para mantenerse en pie y esto le estaba generando dolor de cuello y en su cadera. Inmediatamente después de conocer el problema, se me mostró la solución, un comedero elevado y un tapete para evitar que sus patitas derraparan en el piso. Ese mismo día conseguimos esas cosas y Nina volvió a comer con el apetito de siempre.
Al poco tiempo, tuve oportunidad de poner a prueba esto de la comunicación animal con un perro y una persona totalmente desconocidos para mí y, así, pude reafirmar que la información que estaba recibiendo provenía directamente del animal y que yo no la estaba inventando.
Hacer esto me llenó el corazón de una manera que no podría explicar con palabras, me fascinó e interesó a tal grado que el año pasado comencé un curso de certificación en comunicación intuitiva con animales del que me gradué en enero y es así como comencé esta aventura.
Si quisiera relatar todas las cosas que he aprendido de esta nueva forma de interactuar con los animales tendría que llenar muchísimas más páginas. Brevemente, puedo afirmar que los animales son seres tan complejos como nosotros y que sienten una gran variedad de emociones. Hablando de emociones, los animales destacan por su dominio del amor incondicional, la compasión y el entusiasmo. Por otro lado, toman decisiones que nos dan a conocer, cuando todavía no hemos aprendido a escucharlos, por medio de cambios en su comportamiento. Asimismo, nuestras mascotas tienen acuerdos y misiones de aprendizaje mutuo con nosotros.
Me gusta pensar que todas las interacciones que tenemos con los animales son como obras de arte. Ninguno de los elementos de dicha obra está ahí por accidente ni es aleatorio en absoluto; entre todos existe armonía y cada uno de ellos es esencial para el resultado final de la pieza. Cada animal que se cruza en nuestro camino tiene algo que enseñarnos y algo que aprender de nosotros lo cual resulta de vital importancia para la evolución de todos.
De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Iris, Nina, Chiquis y Chucha.
Retratos en óleo elaborados por Haydeé Domínguez.
Si te gustaría tener un retrato en óleo de tu mascota escribe a: haydee.dd@gmail.com




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