La complacencia extrema: factores desencadenantes y sus consecuencias
- Lorena Ayala

- 25 sept 2023
- 6 Min. de lectura
Uno de los comportamientos que todos podemos llegar a exhibir, en algún momento de nuestras vidas, es ser exageradamente complacientes con los demás. Esto puede ir acompañado de un fuerte deseo de no querer mostrarnos vulnerables ante los demás y de que no nos guste pedir ayuda.
Puedo dar fe de esto desde mi experiencia personal; no solo he sido complaciente, sino también he visto cómo otras personas muy cercanas a mí lo han sido y esto me ha ayudado a identificar fácilmente la presencia de este comportamiento y a entender su origen.
Ser complaciente implica querer satisfacer los deseos de los demás y esto es algo aparentemente inocuo y que, incluso, podría verse como una cualidad favorable en una persona. Sin embargo, sé, por experiencia propia, que cuando una persona es complaciente todo el tiempo y deja sus necesidades en último lugar, no solo está comprometiendo su salud física, emocional y energética, sino que también le está robando poder personal a las personas a las que está dirigiendo todas sus atenciones.
Tengo varios ejemplos de la vida real que pueden ayudar a ilustrar por qué considero que este comportamiento nos afecta tanto a los que lo estamos manifestando como a los que aparentemente se ven favorecidos por las atenciones de las personas complacientes.
Tomemos el caso de la mamá o papá que adora a sus hijos y da todo por ellos; hasta aquí todo suena muy normal y tal vez creamos que no se puede esperar nada menos de una figura paterna o materna. Sin embargo, en muchos casos los hijos en cuestión ya son adultos que tienen sus trabajos, sus parejas y la mamá les sigue lavando la ropa y haciendo de comer o el papá los sigue llevando ya no a la escuela, pero sí al trabajo y todas sus necesidades del día a día son resueltas por este padre o madre amorosa o por los dos a tal grado que los hijos aparentemente adultos independientes terminan dependiendo por completo de sus padres hasta para las tareas más sencillas.
Otro caso muy claro de los matices negativos que puede tomar la complacencia se puede dar en una situación laboral. Por ejemplo, cuando un empleado complaciente se vuelve tan eficiente en su trabajo que el día que le dice a su jefe que desea renunciar, recibe una respuesta como: “Si te vas me muero” o “La empresa no puede seguir adelante sin ti”.
Como último ejemplo, está el caso de cuando una de las dos personas en una pareja se dedica al hogar y se esfuerza al máximo por resolver todas las situaciones que pueden requerir la atención de la persona que sale a trabajar generando que esta última, al cabo de un tiempo, no sepa calentar su comida en el microondas o sea incapaz de levantar el teléfono para sacar una cita con el médico.
Estos tres ejemplos pueden parecer exagerados, sin embargo, yo fui la protagonista de uno de ellos y los otros dos los viví muy de cerca.
Considero importante mencionar que mi intención no es en absoluto juzgar ni criticar a ninguna de las partes involucradas en este tipo de situaciones; tengo muy claro que, desde la parte emocional, las personas complacientes hacen lo que hacen con la mejor intención de ayudar a las personas que más atesoran en sus vidas.
Lo que pretendo con esta publicación es que aprendamos a identificar cuándo nosotros mismos o alguien cercano esté llevando este comportamiento al extremo, comprendamos el daño que nos hace y seamos conscientes de lo que lo está causando para poder modificarlo, ya que es imposible cambiar aquello de lo que no somos conscientes.
Empecemos por identificar la forma en la que la complacencia daña a las partes involucradas. Es evidente que los papás que resuelven todo por los hijos terminarán agotados. Por un lado, ellos ya atravesaron los desafíos que podrían estar viviendo sus hijos (por ejemplo, tratar de equilibrar sus obligaciones laborales con las familiares, cuidar de su salud y su alimentación, cuidar de su hogar y darse tiempo para sí mismos), aprendieron a resolverlos por sí mismos y están reviviendo todo ese proceso de nueva cuenta al querer resolverle la vida a los hijos. Por otro lado, estos padres empezarán a enfermarse y estarán sometidos a un gran estrés, pues ya no cuentan con la juventud que tenían cuando superaron estos obstáculos la primera vez.
En el ejemplo del empleado complaciente podemos prever que llegará el punto en el que esta persona habrá asumido tantas responsabilidades que sufrirá el famoso agotamiento laboral y su cuerpo físico también terminará sufriendo las consecuencias de este comportamiento. Por su parte, el empleador la pasará bastante mal si la partida de uno de sus empleados desestabiliza a todo su equipo.
Finalmente, el ejemplo de la pareja es similar al de los padres y los hijos, pues una sola persona no puede hacerse cargo todo el tiempo de muchas tareas cotidianas de las que fácilmente la otra persona podría hacerse cargo sin sacrificar la atención de sus propias necesidades.
Todos los ejemplos anteriores tienen dos cosas en común. Por un lado, el bienestar general de las partes complacientes se verá mermado y todos, en algún punto, se sentirán abrumados por las tareas que poco a poco van asumiendo y que, en realidad, no les corresponden.
Por otro lado, el poder personal tanto de las personas que juegan el papel de receptoras de la aparente ayuda que les ofrecen las personas complacientes como el de estas últimas, se verá gravemente afectado. Los receptores van perdiendo gradualmente la habilidad de resolver problemas, pierden su independencia y autonomía, pierden la confianza en sí mismos y dejan de saborear la satisfacción que a todos nos da poder hacernos cargo de nosotros mismos. Por su parte, los complacientes están volcando todo su poder personal en los otros en lugar de usarlo para sí mismos. El complaciente va por la vida con una fuga de energía en su centro energético o chakra número tres que es donde se concentra nuestro poder personal mismo que deberíamos usar para generar salud, armonía y bienestar en nuestra vida o emprender nuevos proyectos, por poner solo algunos ejemplos.
Asimismo, cuando la dinámica entre la persona complaciente y el receptor llega a su fin, ya sea porque el complaciente decidió alejarse, se enfermó o falleció, el receptor queda en un estado de inutilidad que es sumamente triste de ver; a estas personas les toma mucho tiempo recuperar la confianza en sí mismas y aprender a hacer lo que la otra persona hacía por ellas.
Nuevamente, quiero recalcar que no es mi intención criticar el deseo de ayudar a los demás; por el contrario, me parece una actitud muy noble. Sin embargo, creo que antes de brindar nuestra ayuda a alguien más, debemos detenernos un momento a considerar si lo que planeamos hacer realmente le va a ayudar o si sólo le hará dependiente de nosotros.
Ahora bien, cuando nos toca estar del lado del complaciente, tampoco debemos juzgarnos ni recriminarnos por nuestra forma de actuar; lo ideal es tratarnos con mucho amor y paciencia porque, desde el punto de vista energético, existe una razón muy poderosa que puede estar haciéndonos actuar de esta manera inconscientemente.
La escritora Lois Lowry tiene una novela corta, que me gusta mucho, titulada “En busca del azul” en la cual su protagonista es una muchacha huérfana que tiene una deformidad en una pierna y vive en una comunidad primitiva. Sus habitantes la quieren expulsar, según dictan las costumbres por su deformidad, ya que consideran que siempre será una carga para los demás y que nunca desarrollará una actividad que aporte algo valioso para la sobrevivencia de la comunidad. Si bien esta es una historia ficticia, ilustra muy bien las costumbres de las comunidades primitivas y, de hecho, todavía existen varias comunidades alejadas de lo que entendemos como civilización con costumbres similares.
Cuando somos en extremo complacientes y tememos mostrarnos vulnerables o nos cuesta pedir ayuda a los demás, podríamos estar reaccionando inconscientemente a este recuerdo que se almacena en nuestro centro energético raíz o chakra uno y que, entre otras cosas, se relaciona con la comunidad y la sobrevivencia. En este sentido, la complacencia sería un mecanismo de sobrevivencia que nos haría actuar desde el miedo a ser expulsados de la comunidad o a perder la protección que esta última nos brinda y desde el deseo de demostrar el valor que podemos aportar.
Desde el punto de vista del cuerpo físico, actualmente se reconoce a la complacencia como un síntoma de una hiperactividad del sistema nervioso simpático (pelear, huir, congelarse, complacer) y que, como ya he mencionado en otras entradas, debería activarse únicamente en situaciones que pongan en riesgo nuestra vida. Incluso, en los casos más extremos, el nervio vago podría estar atrofiado impidiéndoles a las personas pasar al modo de descanso y digestión (sistema nervioso parasimpático) por lo que podrían manifestar síntomas físicos como insomnio, ansiedad, problemas para digerir los alimentos (lo cual es el resultado de no tener un adecuado suministro de sangre en el sistema digestivo provocando problemas como diarrea, estreñimiento, inflamación o alergias alimenticias), irregularidades de la presión arterial y, en los casos más extremos, convulsiones.
Independientemente del punto desde el que desees abordar este tipo de situaciones, es importante tomar consciencia del problema que puede representar este comportamiento y actuar para modificarlo y evitar que afecte tu salud o la de tus seres queridos.



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